viernes, 27 de abril de 2007

Por el camino de Swann

Los recuerdos de la niñez no dejan de asombrarme, nunca podemos imaginar que ese momento de nuestras vidas quedarán grabados en nuestra memoria de las maneras más inesperadas.
Los olores son para mí un conductor directo a mi pasado más lejano, así es como cada vez que me llega el perfume de rosas, pienso inmediatamente en mi madre, en una escena concreta donde ella cuida con amorosa dedicación un rosal, de rosas "color ladrillo", como ella las llamaba y que infructuosamente busqué durante años para plantar en mi jardín, no sé si quería repetir o prolongar en mí aquella visión.
Lo mismo me pasa con el “olor a sangre de hormiga“….claro, algunos podrán creer que mis percepciones olfativas me están jugando una mala pasada, pero no es así; hace muchísimos años, siendo una niña pasaba horas jugando con mi hermana, mi fiel compañera de juegos, teníamos un jardín grande con paraísos y eucaliptus, nos trepábamos y corríamos y caíamos rendidas de cansancio sobre el césped, como ese día en particular, que sin darnos cuenta, caímos de espalda sobre un hormiguero y sobresaltadas y muertas de risa comenzamos a pisar a las amenazantes hormigas. De pronto las dos y al mismo tiempo sentimos ese olor dulzón y penetrante, nunca supimos qué era, pero en ese momento pensamos que era el olor de la sangre de las pobres víctimas de la matanza, así lo decidimos en ese momento y a pesar de no haber vuelto a hablar del tema ese olor se grabó en mi memoria.
Hace pocos años, en ocasión a una visita que hacía a mi hermana, salimos a pasear por un parque cercano a su casa, después de andar un rato y justo cuando nos salimos del camino para pisar el pasto, volví a oler el mismo olor, no era la primera vez que me pasaba, pero sí la primera vez en presencia de mi hermana, ella me miró y sin dudarlo me dijo "¿vos también sentís ese olor a sangre de hormiga??“… más de 30 años habían pasado y las dos guardábamos el mismo recuerdo en la memoria y volvimos a reírnos como aquellas dos niñas del pasado.
Porque el pasado no es un tiempo perdido, nuestra memoria guarda de las maneras más increíbles nuestros recuerdos y que a veces y de manera sorpresiva y arbitraria salen a flote para unirse a nuestro presente y como Proust en su obra, todo comienza con una taza de té y una magdalena para reavivar los recuerdos.

viernes, 6 de abril de 2007

Sin guardapolvo

La muerte de Carlos Fuentealba es algo que, lamentablemente, casi todos esperábamos desde que fue alcanzado por la bomba de gas lacrimógeno disparada a pocos metros, por detrás, al auto en el que se alejaba. Dada la gravedad de sus heridas es increíble que haya sobrevivido tantas horas. Lo que nadie esperaba, incluyendo a Fuentealba, es que un reclamo salarial provocase tan sangrienta represión y persecusión.
A partir de su muerte comienza una nueva etapa cargada de culpas, excusas, oportunismo y movilizaciones.
A pocos minutos de la noticia de su muerte recibí un mail, un reenvío masivo sin firma responsable, en el cual se convoca a las marchas en repudio. Hasta allí, perfecto. El texto aprovecha para cargar las tintas sobre Kirchner por su responsabilidad por acción u omisión en la Ley Federal de Educación, y en la de Financiamiento Docente. Y allí es donde las aguas se enturbian.
Que Kirchner es parte responsable por la situación docente, por la continuidad de esa situación, no hay dudas, pero la represión y asesinato de Fuentealba están por encima del reclamo docente.
La represión fue ordenada por el gobernador neuquino Jorge Sobisch, a una policía provincial con un amplio prontuario por violencia y asesinato. La muerte de Carlos Fuentealba no es una cuestión docente.
La convocatoria termina con una consigna (que más parece una orden) que dice "los docentes deben concurrir con guardapolvo". Soy docente y no pienso ponerme ningún guardapolvo cuando vaya a repudiar el asesinato de un trabajador en una marcha. Que se trate de un maestro, albañil o enfermero es irrelevante. No es un reclamo gremial, va mucho más allá.
Las marchas docentes por reclamos docentes no deberían mezclarse, y no me interesa el espíritu de cuerpo ante este asesinato.
No es la primera víctima de la represión policial, y lamentablemente no tengo ninguna esperanza de que sea la última, ni que sus responsables políticos sean condenados. Quizás, porque es necesario, el asesino a sueldo que disparó el cuasimisilazo que destruyó la vida de Fuentealba, y su familia, sea identificado, y castigado públicamente, para que "veamos" que hay justicia.
Ojalá nadie vea que allí terminó la justicia. Ojalá nadie olvide quién dio la orden.

martes, 3 de abril de 2007

No creo en casualidades

No creo en casualidades, siempre lo digo aunque muchas veces me encuentro envuelta en situaciones en donde me queda más cómodo creer que lo son.
Tampoco es que piense que al no haberlas, entonces todo está escrito en un gran libro del destino y que a esta altura se debe haber convertido en la memoria de una gigantesca computadora en manos de algo así como Bill Gates (y así nos va) o en manos de un ser supremo (y así nos va).
Me niego rotundamente a darle validez a un horóscopo o aceptar que mi destino está marcado en la palma de mi mano o cuanto método haya que me aleje de mi propia decisión.
Cuando decido confiar, cuando involucro mis sentimientos, o tomo determinaciones , pienso en las consecuencias, y mucho más pienso en si seré fuerte para afrontarlas. Es casi imposible que actúe improvisadamente, para los que me conocen soy algo así como "previsible", para los otros soy una persona " centrada" o madura, no lo sé bien y creo que me interesa poco.
El hecho de actuar así hace que no deje prácticamente nada de espacio para esas casualidades de las que todos hablan y que a veces me hacen sentir como espectadora de situaciones irreales en donde no me siento cómoda porque no tengo el control (mi control).
En lo que creo firmemente es en que la vida no pasa delante nuestro y nosotros estáticos la vemos pasar, estaríamos muertos en ese caso, la vida "nos pasa" y, fuera de un bajo porcentaje de coincidencias, todo lo demás está en nuestras manos, somos los responsables directos y no me vale culpar al destino o a las casualidades por lo que me pasa ni de bueno ni de malo.