Por el camino de Swann
Los recuerdos de la niñez no dejan de asombrarme, nunca podemos imaginar que ese momento de nuestras vidas quedarán grabados en nuestra memoria de las maneras más inesperadas.
Los olores son para mí un conductor directo a mi pasado más lejano, así es como cada vez que me llega el perfume de rosas, pienso inmediatamente en mi madre, en una escena concreta donde ella cuida con amorosa dedicación un rosal, de rosas "color ladrillo", como ella las llamaba y que infructuosamente busqué durante años para plantar en mi jardín, no sé si quería repetir o prolongar en mí aquella visión.
Lo mismo me pasa con el “olor a sangre de hormiga“….claro, algunos podrán creer que mis percepciones olfativas me están jugando una mala pasada, pero no es así; hace muchísimos años, siendo una niña pasaba horas jugando con mi hermana, mi fiel compañera de juegos, teníamos un jardín grande con paraísos y eucaliptus, nos trepábamos y corríamos y caíamos rendidas de cansancio sobre el césped, como ese día en particular, que sin darnos cuenta, caímos de espalda sobre un hormiguero y sobresaltadas y muertas de risa comenzamos a pisar a las amenazantes hormigas. De pronto las dos y al mismo tiempo sentimos ese olor dulzón y penetrante, nunca supimos qué era, pero en ese momento pensamos que era el olor de la sangre de las pobres víctimas de la matanza, así lo decidimos en ese momento y a pesar de no haber vuelto a hablar del tema ese olor se grabó en mi memoria.
Hace pocos años, en ocasión a una visita que hacía a mi hermana, salimos a pasear por un parque cercano a su casa, después de andar un rato y justo cuando nos salimos del camino para pisar el pasto, volví a oler el mismo olor, no era la primera vez que me pasaba, pero sí la primera vez en presencia de mi hermana, ella me miró y sin dudarlo me dijo "¿vos también sentís ese olor a sangre de hormiga??“… más de 30 años habían pasado y las dos guardábamos el mismo recuerdo en la memoria y volvimos a reírnos como aquellas dos niñas del pasado.
Porque el pasado no es un tiempo perdido, nuestra memoria guarda de las maneras más increíbles nuestros recuerdos y que a veces y de manera sorpresiva y arbitraria salen a flote para unirse a nuestro presente y como Proust en su obra, todo comienza con una taza de té y una magdalena para reavivar los recuerdos.
Los olores son para mí un conductor directo a mi pasado más lejano, así es como cada vez que me llega el perfume de rosas, pienso inmediatamente en mi madre, en una escena concreta donde ella cuida con amorosa dedicación un rosal, de rosas "color ladrillo", como ella las llamaba y que infructuosamente busqué durante años para plantar en mi jardín, no sé si quería repetir o prolongar en mí aquella visión.
Lo mismo me pasa con el “olor a sangre de hormiga“….claro, algunos podrán creer que mis percepciones olfativas me están jugando una mala pasada, pero no es así; hace muchísimos años, siendo una niña pasaba horas jugando con mi hermana, mi fiel compañera de juegos, teníamos un jardín grande con paraísos y eucaliptus, nos trepábamos y corríamos y caíamos rendidas de cansancio sobre el césped, como ese día en particular, que sin darnos cuenta, caímos de espalda sobre un hormiguero y sobresaltadas y muertas de risa comenzamos a pisar a las amenazantes hormigas. De pronto las dos y al mismo tiempo sentimos ese olor dulzón y penetrante, nunca supimos qué era, pero en ese momento pensamos que era el olor de la sangre de las pobres víctimas de la matanza, así lo decidimos en ese momento y a pesar de no haber vuelto a hablar del tema ese olor se grabó en mi memoria.
Hace pocos años, en ocasión a una visita que hacía a mi hermana, salimos a pasear por un parque cercano a su casa, después de andar un rato y justo cuando nos salimos del camino para pisar el pasto, volví a oler el mismo olor, no era la primera vez que me pasaba, pero sí la primera vez en presencia de mi hermana, ella me miró y sin dudarlo me dijo "¿vos también sentís ese olor a sangre de hormiga??“… más de 30 años habían pasado y las dos guardábamos el mismo recuerdo en la memoria y volvimos a reírnos como aquellas dos niñas del pasado.
Porque el pasado no es un tiempo perdido, nuestra memoria guarda de las maneras más increíbles nuestros recuerdos y que a veces y de manera sorpresiva y arbitraria salen a flote para unirse a nuestro presente y como Proust en su obra, todo comienza con una taza de té y una magdalena para reavivar los recuerdos.