Atrapados sin salida
Cuando leí este anticipo, diez horas antes del cierre de los comicios, pensé que era lamentablemente cierto. Luego vi el comentario de Dark Tide, en el blog de Fede, " después de estas elecciones queda confirmado que, cuando dicen que los porteños somos unos pelotudos, en el 60% de los casos tienen razón" y, más allá de que no sé qué adjetivo usaría para el 40 restante, pensé que no era tan así la proporción, pero después vi que 1+ lo explica claramente. En ese punto decidí no leer más blogs, o no me quedaría nada por decir.
Algunos detalles me llamaron la atención a lo largo de la aburridísima cobertura mediática de la "decisión capital". La primera fue la llegada de Macri al sacrosanto acto de meter su sobre en la urna. Había visto ya la llegada de los demás candidatos, pero la de Mauricio fue un despliegue innecesario y desproporcionado de fuerzas de seguridad. No sólo lo flanqueaban los patovicas de turno (como a los demás candidatos) sino varios miembros de la Policía Federal, y un cordón de Gendarmería. Me pareció coherente con su política, pero muy simbólico que su tan repetida relación carnal con la democracia se produzca bajo la vigilante mirada de las fuerzas del orden.
En el mismo sentido también me "gustó" (por su coherencia) la frase que soltó la carismática Gaby Michetti cuando le preguntaron por los atentados contra algunas sedes del PRO: ya "haremos" la "acción política necesaria" y "no volverá a pasar". Me dio un poco de frío pensar cuál sería esa acción política, como para que se sienta segura de que nadie en el futuro tirará una molotov.
Luego, y esto a lo largo de toda la campaña, esa insistencia en que el PRO no agravia, no revisa el pasado, quiere reconciliarse con el pasado (demasiado repetida su negación al pasado, si fuese malpensada me preguntaría si no será que no tienen respuestas ante esas denuncias), una buena metodología de psicología inversa, más o menos como que me acusen de haber robado y distraiga diciendo que no respondo agravios porque yo no soy mentirosa. Más o menos como la cara de Mauricio (que, no olvidemos, es Macri) cuando dejó que durante varios minutos sus seguidores cantasen "es para Kirchner que nos mira por TV" y después, con gesto de reto de papá, los silenciase con un "no, eso no es PRO". Un muchacho de reacción lenta.
Me quedé un rato, el tiempo que mi estómago lo soportó, viendo los festejos, hinchas gritando “dale campeón” con algunas banderas de Boca (supongo que se trataría de algunos desvelados que aún continuaban festejando la copa), la pobre María con sus 90 y tantos años a cuestas y su sonrisa de “no sé qué pasa pero están todos felices, así que soy feliz” (ya usó una nena y una anciana, le falta salvar un gatito y bingo) y la música. Escuchar la versión roqueada del tema de Gilda “No me arrepiento de este amor” por Attaque 77 fue el punto final. Todos tenemos límites, y escuchar Attaque con la bandera de Macri fue el mío.
Escuché entonces a los sabios de costumbre, Antonio Laje (alguna ley debería prohibir que una voz como esa diga cosas como esas) apenas disimulando su felicidad, el patético Majul tratando de ser cauteloso pero jugado. Y todos, invariablemente, hablando del futuro del país, explicándonos que el triunfo de Macri es representativo de una surrealista realidad nacional. Que me perdonen mis porteños queridos, pero sólo la típica soberbia porteña puede generar esos análisis.
Cuando decidí que era más sano ver una película me dije que es una suerte que no sea porteña, aunque no dudo que habrá una pronta metástasis. Descubrí entonces que estaba casi deprimida, rayada, molesta, impotente, y que ¿¿¿prefería que hubiese ganado Filmus???. Por un segundo me asusté de mí misma. Por suerte me tengo a mí para volverme a la realidad.
Algunos detalles me llamaron la atención a lo largo de la aburridísima cobertura mediática de la "decisión capital". La primera fue la llegada de Macri al sacrosanto acto de meter su sobre en la urna. Había visto ya la llegada de los demás candidatos, pero la de Mauricio fue un despliegue innecesario y desproporcionado de fuerzas de seguridad. No sólo lo flanqueaban los patovicas de turno (como a los demás candidatos) sino varios miembros de la Policía Federal, y un cordón de Gendarmería. Me pareció coherente con su política, pero muy simbólico que su tan repetida relación carnal con la democracia se produzca bajo la vigilante mirada de las fuerzas del orden.
En el mismo sentido también me "gustó" (por su coherencia) la frase que soltó la carismática Gaby Michetti cuando le preguntaron por los atentados contra algunas sedes del PRO: ya "haremos" la "acción política necesaria" y "no volverá a pasar". Me dio un poco de frío pensar cuál sería esa acción política, como para que se sienta segura de que nadie en el futuro tirará una molotov.
Luego, y esto a lo largo de toda la campaña, esa insistencia en que el PRO no agravia, no revisa el pasado, quiere reconciliarse con el pasado (demasiado repetida su negación al pasado, si fuese malpensada me preguntaría si no será que no tienen respuestas ante esas denuncias), una buena metodología de psicología inversa, más o menos como que me acusen de haber robado y distraiga diciendo que no respondo agravios porque yo no soy mentirosa. Más o menos como la cara de Mauricio (que, no olvidemos, es Macri) cuando dejó que durante varios minutos sus seguidores cantasen "es para Kirchner que nos mira por TV" y después, con gesto de reto de papá, los silenciase con un "no, eso no es PRO". Un muchacho de reacción lenta.
Me quedé un rato, el tiempo que mi estómago lo soportó, viendo los festejos, hinchas gritando “dale campeón” con algunas banderas de Boca (supongo que se trataría de algunos desvelados que aún continuaban festejando la copa), la pobre María con sus 90 y tantos años a cuestas y su sonrisa de “no sé qué pasa pero están todos felices, así que soy feliz” (ya usó una nena y una anciana, le falta salvar un gatito y bingo) y la música. Escuchar la versión roqueada del tema de Gilda “No me arrepiento de este amor” por Attaque 77 fue el punto final. Todos tenemos límites, y escuchar Attaque con la bandera de Macri fue el mío.
Escuché entonces a los sabios de costumbre, Antonio Laje (alguna ley debería prohibir que una voz como esa diga cosas como esas) apenas disimulando su felicidad, el patético Majul tratando de ser cauteloso pero jugado. Y todos, invariablemente, hablando del futuro del país, explicándonos que el triunfo de Macri es representativo de una surrealista realidad nacional. Que me perdonen mis porteños queridos, pero sólo la típica soberbia porteña puede generar esos análisis.
Cuando decidí que era más sano ver una película me dije que es una suerte que no sea porteña, aunque no dudo que habrá una pronta metástasis. Descubrí entonces que estaba casi deprimida, rayada, molesta, impotente, y que ¿¿¿prefería que hubiese ganado Filmus???. Por un segundo me asusté de mí misma. Por suerte me tengo a mí para volverme a la realidad.