jueves, 12 de julio de 2007

La despedida

Era la meta desde el comienzo de la relación, aunque nunca lo hablaban y hasta evitaban imaginarlo. Sabían muy bien que el final había comenzado justo al principio. Encuentros y desencuentros, pasión y reproches.

-Te llamé y no estabas.
-Mi esposa se enfermó y debí llevarla al médico.
-No puedo llamarte siempre, ya sabés que mi esposo llega temprano .

Infinitas explicaciones que giraban siempre alrededor de la misma situación, y eternos intentos para frenar un final largamente anunciado. Miradas condenatorias, palabras sin futuro…


¿Hasta dónde llegamos con nuestros límites? Los vamos haciendo avanzar, en una acción desesperada por conservar dentro de nuestro territorio aquello que creemos poseer y que queremos conservar, sin ver que nos salimos del lugar donde estamos protegidos y entramos dentro de un “territorio de nadie“.
Detenerse a tiempo y volver al caudal es la opción más razonable, la que más cuesta y la que tomamos en última instancia, cuando agotados, nos damos cuenta que sólo corremos intentando alcanzar a alguien que nunca estuvo realmente allí para ser alcanzado.

La despedida se hace presente mucho antes de que nosotros reconozcamos que allí está, acechando implacable. Y cuando finalmente podemos sentirla presente, prolongamos, en engañosas maniobras y desesperadas acciones, ese momento.
Porque hasta el sufrimiento es, a veces, preferible a la nada.