lunes, 4 de diciembre de 2006

Girondo postergado

Recordaba la última vez que había llorado. Habían pasado ya 28 años pero recordaba cada instante.
Se sentó en el suelo, justo en el ángulo entre la pared y la cama, apoyó su cabeza en las rodillas y empezó a llorar. Un llanto girondino, "llorar improvisando/ de memoria / llorar todo el insomnio y todo el día". Lloró un día, dos, tres, hasta quedarse dormida.
Cuando despertó ya no tenía lágrimas, ni siquiera le quedaban ojos.
Se buscó y encontró un insondable hueco allí donde estaban las lágrimas, y los pedazos de su espejo hecho trizas. Recogió uno a uno los pequeños cristales, cortándose, clavándoselos, y los escondió en el rincón más oscuro. Sólo ella sabría que estaban allí, sólo ella sabría que el único espejo que le devolvía la imagen perfecta había desaparecido.
Cerró todas las puertas, se aseguró de no dejarle resquicio al llanto y continuó.
Cada tanto se descubría las mejillas mojadas, escuchando una canción, leyendo, observando el mundo, pero eran sus ojos los que derramaban, ella nunca volvió a llorar, nunca por ella.
Un día volvió a sentirse como hacía 28 años. Recordaba cómo era, sabía que se sentaría un día, dos, tres, hasta quedarse dormida, y luego continuaría, esta vez asegurando mejor cada candando.
Se quedó sentada en el borde del sillón, esperando llorar, pero su hijo tenía hambre. Contuvo la respiración y le dijo "ya voy".
Cocinó, esperó estar sola y se quedó parada sabiendo que lloraría. Pero sonó el timbre, tenía que ir a trabajar. Se mordió el labio con bronca, sintiendo que la nariz cosquilleaba y los ojos ardían.
Recordaba cómo era, pero ya no podía ser, ya era una adulta responsable. Fue a trabajar fumándose las lágrimas, un atado, dos, tres. Habló, sonrió, nada en ella sugería llanto.
Volvió, esperó que su hijo se durmiera y se acostó a llorar. Pero estaba agotada y se durmió.
Despertó antes que amaneciera, encendió un cigarrillo y se preparó un café. Miró la hora, le quedaban casi cinco horas antes de tener que ocuparse de algo o alguien, no sería un día o dos, pero al menos podría llorar cinco horas.
Sus ojos ya estaban inundados cuando se dio cuenta que aún estaba en la cocina, su hijo podría despertar y descubrirla. Los secó con la mano, hastiada, apuró el café y se fue a su dormitorio, allí estaría segura. Pero sonó el teléfono, del otro lado la voz angustiada de una amiga le contó que acababa de separarse de su pareja, y pasó las siguientes cinco horas escuchando llorar.
"Tenés cara rara" le dijo su hijo al levantarse. "Me duele una muela" respondió ella.
Preparó el desayuno, lavó ropa y se vistió para ir a trabajar. Antes de salir buscó su agenda y apretando los labios escribió para el viernes: llorar a las 22 hs.