miércoles, 11 de octubre de 2006

Sin razón

Dicen que debemos aprender a decir "no", que es uno de los aprendizajes más complicados. Pero no nos dicen que se refieren sólo al "no" a los demás y que muchísimo más difícil es aprender a decirnos "sí" a nosotros mismos.
Crecemos sobre las excusas del no, vamos postergando, desplazando, siempre tenemos una razón a mano, no hay nada más simple, madurar se va convirtiendo en perfeccionar esas excusas.
Y le vamos diciendo que no a lo que nos mueve, lo que nos apasiona, lo que nos libera de nuestros propios encierros.
Yo dejé de escribir por años, demasiados años, siempre tuve una buena razón para darme, estudio, trabajo, amor, desamor, un hijo, una pareja, un divorcio, una ausencia o una presencia, un dolor o un temor, seguridad e inseguridad, las dos caras de una moneda que compra un buen no. Siempre tuve allí, al alcance, el argumento necesario.
Un día me quedé sin más mentiras, los placebos no alcanzaron, supe que simplemente me dije que no, me faltó la pulsión necesaria, no tuve el coraje o las ganas.
Ese día ya no nos sirve decir por qué, sólo nos queda la decisión entre aceptarnos el no o dar un paso hacia algún lugar.
Podemos encontrar razones para no amar, no soñar, no escribir, porque ninguna de ellas requiere razones para hacerlo. Sólo el deseo, aquel que alguna vez nos recuerda que está allí, que no acepta los "no".
Algún día quedamos frente a frente con nosotros, para ver, como decía, implacable y maravillosa, Alejandra Pizarnik, que "más allá de cualquier zona prohibida hay un espejo para nuestra triste transparencia".